jueves, 12 de marzo de 2009

Mientras paseo...

Seguimos paseando....

El que no escriba todos los días, no es porque no pasee o porque en el paseo no piense.

Paseo todos los días y siempre pienso mientras paseo.

Sucede que hay días que llego tan cansada a esta hora de la tarde que apenas tengo fuerza para estar aquí escribiendo.

Y no porque el escribir suponga mucho trabajo físico, pero el cansancio no me deja ordenar mis ideas.


Lo que más desearía en esos momentos es relajarme y acostarme. Cosa imposible, pues el día no ha terminado para mí y tengo que seguir con mis tareas.


Hoy estoy algo más relajada y aprovecho para seguir mis pensamientos aquí:


Mi recorrido es siempre el mismo, no se puede variar. A veces lo he intentado, pero mi compañero de paseo no me deja, así que desistí de ello hace tiempo.


Sobre las 17.40 de la tarde bajo todos los días a esperarle. Dejamos la mochila en el portal y empezamos nuestro paseo. El merienda mientras caminamos, a paso ligero, con el sonido de la música.


Pasamos por un parque con columpios. Hoy ha hecho muy buen día y había niños en ese parque.

En el mismo parque hacemos nuestra primera parada en la fuente. Yo espero un poco más adelante y cuando bebe se acerca buscando de nuevo mi mano y seguimos adelante.


Es un recorrido para disfrutarlo, respirando el aire sano. Sin ruido ni coches que interrumpan esa tranquilidad.


Esta tarde, al hacer tan buen tiempo paseaba mucha gente. También se ve a gente corriendo, haciendo deporte. Y personas disfrutando del paseo con sus hijos en las sillitas.


En el paseo me encuentro con gente conocida, nos saludamos y seguimos adelante. Hay veces que saludan gente que no nos conoce y yo sonrío y respondo. Me gusta el saludo de las personas, no hace falta ser conocido para decir hola.


Entre estas personas que no conocía hay una pareja mayor. Desde el primer momento me llamaron la atención. Generalmente pasean en silencio y van siempre de la mano. Se les ve a gusto, en armonía.
La primera vez que los vi me quedé mirándoles mientras se acercaban hacia nosotros y sin más nos saludamos.
A partir de ese día siempre que nos vemos nos saludamos con una sonrisa y un hola levantando la mano.


Hoy las montañas se veían nítidas y muy bonitas. La nieve casi ha desaparecido del todo. El cielo estaba azul y daba gusto contemplar todo ese paisaje maravilloso.


De vez en cuando mi acompañante da un grito y veo cómo la gente que va por delante se da la espalda, les llama la atención y miran a ver qué sucede. Cuando nos ven comprenden y siguen adelante. El segundo grito ya no les sorprende y no giran la cabeza.

A veces mi compañero me mira a la cara y se ríe, le da gracia lo que ve y echa unas carcajadas. Yo le miro y sonrío. Me gusta verle reír, quiero verle feliz y en esos momentos lo es.


Unos cuarenta y cinco minutos más tarde llegamos hacia la casa. Se suelta de la mano y va directo al portal. Recogemos la mochila y subimos los cuatro pisos que nos separa para llegar. No hay ascensor, no importa, prefiero las escaleras. Al día las subo y bajo a menudo. Siempre me ha gustado ese ejercicio.


Cuando llegamos a casa, a cambiarnos de ropa.

Él a ver la tele un rato. Yo a preparar la cena, con ganas de descansar y relajarme.


Ahora disfruto más de lo que de veras quiero. Estos paseos acompañados de una mano cálida, con el sonido de unos gritos, unas miradas con risas,… me dan esa paz y me hacen sentir bien.


Merece la pena el cansancio. Todo merece la pena por ver feliz a las personas que quieres.


Uxue



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