lunes, 20 de agosto de 2012

Vivir el momento, sonriendo a la vida...



La semana pasada vine del pueblo, en el que estuve de vacaciones, sin la familia y con la curiosa compañía de una salamandra, que se asentó en mi casa antes de mi llegada, como queriéndome dar la bienvenida. Al principio me asusté, pero ahí la dejé, pues me dijeron que era buena para ahuyentar los mosquitos y arañas.

Necesitaba estas vacaciones, para poder desconectar de todo el ajetreo del año y descansar, que falta me hacía.

Cuando volví, tenía ganas de salir un rato de fiestas, de hacer algo diferente y aprovechar lo que queda de este verano caluroso, pero agradable.
Y qué mejor manera que yendo  a Bilbao a disfrutar de  su fiesta, su gente y el ambiente de risas y cantos, que nos ayudan a retomar después el duro año que nos espera.

El sábado por la tarde salió por primera vez, dando comienzo a las fiestas de la ciudad, “Marijaia“, un personaje ficticio, icono o símbolo de la semana grande de Bilbao.

Disfruté desde el primer momento, estuve con unos amigos y todos cantamos y bailamos al ritmo de una  música de hace más de cuarenta años y que tantos recuerdos nos trajeron.
También vimos los fuegos artificiales que eran espectaculares.

Ayer fui de nuevo a Bilbao, con los mismos amigos y con los padres de uno de ellos.
El hijo sabía cuánto le gustaban  a sus padres el conjunto que iba a cantar, “Los cincos bilbaínos”, y les llevó en coche hasta el lugar para que disfrutaran de ese momento tan especial.
El sitio  estaba preparado con sillas, pues sabían que iría mucha gente mayor, como así sucedió, se llenaron todas y habían mucha más gente de pie. Me impresionó mucho la vitalidad de la  madre del amigo, de 86 años, no se sentó en ningún momento y se ponía a bailar y seguir las canciones a medida que las iban cantando.
Era ella quien nos animaba a nosotros, a cantar y nos cogía del brazo para que bailáramos.
Había momentos en que nos hacía las mismas preguntas, como si olvidara algo,…sobre todo con cosas que habían sucedido hace poco, detalles recientes. En cambio, las letras de su juventud las recordaba perfectamente y las vivía con una alegría inmensa.
Me encantó sentirla tan alegre, ver cómo cantaba y nos miraba. Sus ojos eran pícaros y vivarachos, sonreía  muy a menudo y siempre estaba dispuesta a participar del jolgorio y la conversación que teníamos los demás.

Comimos en un lugar precioso, con las montañas como fondo, el tiempo maravilloso y la compañía de este matrimonio lo hacía aún más especial.
Cuando comimos nos pusimos a cantar,…hacía tiempo que yo no cantaba en plan de cuadrilla y una vez que empecé me animé y allá que participé con los demás.
Los padres del amigo también se animaron a cantar, la madre no paraba de reír y de mirarnos, y de vez en cuando nos soltaba alguna broma que nos hacía reír y sentirnos bien.

No recordaba haber pasado un día tan agradable en mucho tiempo, y sobre todo por esta pareja de ancianos que con su alegría y vitalidad me enseñaron una gran lección: 
Esa alegría interior que trasmiten con tanta fuerza dejan huella en quienes tienen la suerte de convivir con esta gente, de quienes disfrutan de un momento con ellos.
Yo tuve esa suerte, estuve con ellos,  disfruté, me emocioné y les admiré,…

La edad está dentro de cada uno…es cierto que los años hacen que la mente falle, que el cuerpo se resienta y se canse, pero la sonrisa, las ganas de  disfrutar cada momento,…la chispa  interior,…la que sale de dentro de cada uno,…ese momento no tiene edad y siempre estará ahí hasta que dejemos de existir,…


uxue...




"Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena".
(Ingmar Bergman)




El lugar que me rodea

El lugar que me rodea