sábado, 14 de marzo de 2009

Vuelta a Madrid



Vuelta a Madrid…


Empieza el recorrido de otra parte de mi infancia y en otro lugar.


Recuerdo que la víspera de irme de ese colegio cantaba esa noche con las amigas una canción. Era inventada. Poníamos una letra a una música conocida y la adaptábamos a lo que nos interesaba decir. Me acuerdo de ese detalle, porque en la letra decía que me iría al día siguiente a mi casa.

En mi interior sabía que era imposible, no era la primera vez que lo deseaba. Pero esa vez la volví a cantar.


Nunca pensé que sería verdad, que me iría de ese colegio.


Al día siguiente, me despertaron de madrugada, diciéndome que me espabilara que me trasladaban a otro colegio.

Creí que estaba soñando debido a lo que cantaba y a mi deseo de irme de allí, pero a medida que transcurrían los minutos y por más que pensara que pronto me despertaría y que eso sólo habría sido un sueño, me di cuenta de que era una realidad.


Una gran casualidad y una maravillosa realidad.


Fuimos varías chicas al autobús que nos llevaba hacia Madrid.

El viaje se preveía muy largo, casi todo el día, pues en esa época las distancias se tardaban más en recorrer, los caminos eran peores y los autobuses más lentos.


Paramos en Pamplona y allí montó mi hermano con otros chicos.

Menuda sorpresa me llevé. No tenía mucha relación con mi hermano, pero era la persona más cercana a mí que tenía y me hizo mucha ilusión que viniera conmigo a Madrid.


Más adelante me enteraría que mi madre hizo lo imposible por conseguir que nos llevaran a Madrid para estar más cerca de ella. Tenía que pagar una cuota en el colegio al que iba para que nos tuvieran allí y no mandarnos de nuevo a Navarra.


Llegamos a Madrid y veo dos colegios separados por una carretera. Uno era de los chicos, que es donde se quedaría mi hermano. El otro el de las chicas, donde me dejarían a mí con las demás niñas.


Yo era bastante retraída en esa época y me quedé asustada al ver tantas chicas desconocidas y de tantas edades.


Nosotras éramos la novedad y todas se nos acercaban para ver quiénes éramos, de dónde veníamos,….

Lo querían saber todo y nosotras pocas respuestas teníamos para darles.


El primer momento era muy importante, pues de ahí dependía que te aceptaran o rechazaran. Y en un internado donde no tienes a nadie más a quien acudir el que no te den de lado es muy importante.

No sabría decir cómo me aceptaron, no recuerdo bien esos momentos.


Hay un detalle que recuerdo con mucha claridad y que me marcaría allí hasta mi salida:

Ya comenté en el anterior escrito, que bastantes niñas de Madrid, las que no se iban de vacaciones a su casa, iban a Navarra un par de meses, y se quedaban allí con nosotras; por lo que conocía algunas de ellas, pero sobre todo a una que que tenía unos aparatos en las piernas para poder andar.

Era bastante mayor que yo, y me acordaba bien de ella. Ella se debía acordar de mí, porque cuando las niñas del nuevo colegio me preguntaron el nombre esta chica enseguida lo dijo.


Y aquí vendría mi primera desesperación:

En el colegio de Navarra no me llamaban por mi verdadero nombre, si no por otro;

No sé quién me lo puso, el caso es que me llamaban así.

Cuando me enteré que iba a otro colegio me alegró porque al fin podrían llamarme como deseaba.

Justo al preguntar por mi nombre en el nuevo colegio de Madrid, esta chica respondió automáticamente por el que sabía de allí y me quedé de otra vez con el que tenía antes, y que no me quitaría de encima hasta que salí de ese colegio definitivamente con catorce años.


Sentí una impotencia tremenda en ese momento, no me hacía gracia que me llamaran así, pero me callé.

Si hubiera dicho algo habría sido mucho peor, pues se habrían reído más de mí y mi nombre sí que habría sido motivo de hacerme más daño. Además nadie iba a discutirle a la otra chica que era veterana allí y muy popular.


Así que lo dejé estar y me fui acostumbrando de nuevo a ese nombre que no era el mío.





Amigas diferentes…


En este nuevo centro es donde cambiaría mi forma de comportarme. Dejé de ser la tímida niña que fui en Navarra, mostrando otro carácter.

No me conformaba con ser un número más en esa larga lista de niñas que no eran vistas ni tenidas en cuenta. Quería que me miraran y me hicieran caso.

La mejor forma que tenía era llamando la atención.


No tenía esa maldad de hacer daño a nadie, no iba con mi forma de ser.

Lo que fui es bastante rebelde. No me callaba ante las cosas si no me convencían.

En el proceso me llevé más de un cachete, e incluso alguna paliza, pero nunca consiguieron doblegarme.


En más de una ocasión quisieron mandarme a otro colegio más duro, pero no terminaron de decidirse. Mi madre no paraba de interceder por mí en este aspecto, apelando a la compasión de las monjas y lo debió conseguir, porque no me trasladaron.


Cosa curiosa, mis dos mejores amigas eran todo lo contrario, eran las mejores en conducta.

A ellas les dieron en más de una ocasión el premio de excelencia por su comportamiento.

Las monjas nos prohibieron estar juntas, pero tampoco consiguieron lograr ese objetivo, pues seguiríamos siendo amigas hasta salir de la escuela.

Ellas pensaban que "la manzana podrida" del cesto podría estropear a las demás. Así lo decían, y por eso lo prohibieron.


Con el tiempo pudieron comprobar que no fue así.

Yo nunca pretendí que ellas siguieran mis pasos, nos llevábamos bien y nos complementábamos.





Mi aventura nocturna…


Aquí viene otra parte de esta etapa, que influiría en mi forma de actuar ante las cosas.


Ese colegio, decían que en tiempo de guerra había sido hospital y cementerio después. Que habían enterrado allí a gente.


En la parte de arriba del patio se veían varios montículos en forma de tumbas y las chicas mayores decían que eran muertos de la guerra.


No sé si era verdad o no, pero en ese momento nos lo creíamos todo. Esa noticia iba pasando de una a otra. De antiguas a nuevas niñas. Nadie dudaba de ello.


Después de la cena íbamos al patio, una hora antes de acostarnos.

A veces jugábamos a correr, o nos entreteníamos con otras cosas.

Y otras veces nos sentábamos varias amigas cerca de las “tumbas” y contábamos las historias que habíamos oído de las veteranas sobre lo que allí había sucedido.


A la hora de ir a la cama ya íbamos algo asustadas y desveladas por las historias y nuestra gran imaginación que lo agrandaba aún más.


Los cuartos de dormir eran enormes, una larga hilera de camas puestas en dos filas con un largo pasillo.

Mi cama era la segunda de la derecha entrando por la puerta, muy cerca de donde dormía la monja que nos cuidaba. El baño estaba al fondo, en el lado opuesto y había que recorrer el largo pasillo de suelo de piedra para llegar hasta allí.


Sucedía que algunas noches me despertaba con ganas de ir al baño hacer pis. Yo al despertarme me lo pensaba más de una vez, e intentaba relajarme.

Después de esas historias, era pánico lo que sentía con solo pensar que tenía que recorrer ese enorme pasillo para ir hasta allí.


Hubo una noche que me volví a dormir, pero al día siguiente mi cama estaba mojada. La vergüenza y el miedo a lo que dirían las monjas si se enteraban era enorme, porque luego las chicas me reirían por siempre.

Así que lo tapé como pude, esperé a que tocara cambiar las sábanas y no se dieron cuenta de ello.


De ahí en adelante, cada vez que me despertaba con ganas de ir al baño, respiraba hondo y me armaba de valor para salir de la cama.


El recorrido era muy largo. No teníamos zapatillas ni nada parecido, los zapatos estaban a los pies de la cama y no podía ponérmelos porque con ese suelo sacaría mucho ruido. Así que descalza y en camisón me lanzaba a esa aventura, que no era nada sencillo.

El temor que sentía era tremendo en esos momentos. Sentía el frío del suelo en mis pies e iba casi sin respirar, sin mirar atrás. Esperaba que en cualquier momento alguien me tocara el hombro.

Era niña, tenía imaginación y había oído muchas historias.


La llegada al baño no me tranquilizaba. Era un baño grande con lavabos y varios WC. Había ventanas y eso acentuaba más mi temor. El momento de hacer pis sí que me quedaba sin respirar y sin pensar para terminar cuanto antes.


Salía muy despacio de allí, algo más aliviada, pero con el mismo temor, pues tenía que hacer el recorrido inverso y ahora estaba de espaldas al baño con su ventana.


Llegaba a la cama helada, temblando y con los pies helados. Me metía dentro y me tapaba hasta las orejas.


Entonces ya me relajaba. Soltaba el aire que iba reteniendo en el trayecto y me tranquilizaba.

Me dormía de nuevo enseguida y al levantarme comprobaba que mis sábanas estaban secas.


Nunca más volví a mojarlas. Los paseos hacia el baño se dieron en bastantes ocasiones, sobre todo en invierno, donde el frío afecta más aún.


Hacía tiempo que no recordaba ese detalle del enorme dormitorio y mis paseos nocturnos.


Es cierto que me daba miedo, pero mayor era el temor a que me rieran por mojar la cama. Yo decidí que era lo mejor y acerté en eso.


Es bueno vencer el miedo, o por lo menos enfrentarse a él.

Yo lo dice en esas ocasiones y eso me ha ayudado después en otras situaciones similares, en las que el temor podría paralizarme, pudiendo reaccionar y salir adelante.


Como último detalle del cuarto recuerdo los intentos que hacía por ver el pelo de las monjas.

La responsable del cuarto se acostaba en un apartado cerca de la puerta, protegida por una mampara, en la que sólo se veía la sombra cuando entraba.

Cuando se metía dentro intentaba mirar por si podía verla a través de las sombras al quitarse la toca y ver su pelo.

Era imposible, no se veía nada de nada. Parecía ser el secreto mejor guardado de ellas.

En más de una ocasión pensé que dormirían con toca y todo.


También llegué a pensar que podrían ser calvas, porque era muy raro que no se les viera ni un cabello.

No conseguí en el tiempo que estuve allí poder verlas el pelo.


Años más tarde, cambiaron de toca y se les veía un poco por delante. Entonces me di cuenta que no había nada raro y el misterio y la curiosidad desapareció.



Esta es la toca que llevaban antes las monjas de esa época en ese colegio. No se les escapaba ni un pelo de ahí y no se veía nada. De ahí venía mi curiosidad.


uxue

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El lugar que me rodea

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