Hace unos días fui a Bilbao y al entrar en una librería vi un caleidoscopio. Lo tomé en mis manos y empecé a mirar a través de él.
En ese momento me remontó a mi infancia, esa edad de sueños y de ilusiones.
Recuerdo que siendo niña alguien me enseñó uno muy sencillo; le girabas la rueda de debajo e iba moviéndose dando lugar a un conjunto de luces y dibujos originando un efecto muy especial y precioso.
Y algo que siempre tengo muy presente era la sonrisa ilusionada de ese momento, cómo miraba ensimismada por ese pequeño orificio y lo feliz que me sentía disfrutando de esa vista tan maravillosa.
Desde el primer momento que lo vi de niña sentí algo especial por ese objeto, no era mío pero deseaba tener uno. Entonces no tenía dinero, ni podía pedirlo, así que ahí quedó mi deseo, guardado para cuando tuviera oportunidad de lograrlo.
Al fin conseguí mi deseo, cuando menos lo esperaba ahí estaba, sólo quedaba ése en la librería y me atrajo enseguida.
En esta ocasión el calidoscopio era diferente, ya que consistía por un lado el fondo con el dibujo que se pone y el prisma que hace que nos dé ese efecto tan bonito cada vez que lo giramos. En éste, además venía un tubo aparte estrecho y con cosas dentro, estrellitas, arenilla, dibujos,….

El tubo grande tiene un agujero lateral por donde insertar el otro más estrecho, al meterlo se giraba poco a poco dando lugar a una explosión de luces y colores maravillosa. Encima tenía luz, se podía encender, con lo que hacía el efecto mucho más bonito.
En la tienda me quedé mirando un buen rato a través del caleidoscopio, y a la vez pensando y soñando, recordando mi niñez en la época del internado, con apenas cinco añitos, donde mi mayor regalo era un tesoro que yo hacía con papel y un cristal por encima, lo enterraba en la tierra, en un lugar especial que sólo yo sabía, al que acudía cada vez que salía al recreo. Y eso suponía una sonrisa, una nueva ilusión en una niña que carecía de tanto, pero que era suficiente para ella en ese momento. Era mi tesoro, el primero y único que tuve, el más importante durante mucho tiempo.
Dejándome llevar por el corazón no me lo pensé, lo deseaba, quería tenerlo, necesitaba mirar a través de él siempre que lo deseara y volver a recordar a esa niña que se conformaba con tan poco pero a la vez tanto para ella.

En casa se lo enseñé a mi hijo menor, le pareció curioso, pero enseguida lo dejó a un lado. Estos chicos que poseen de todo no ven lo que puede ofrecer un objeto tan maravilloso como éste, pues los juegos que ellos tienen les dan un momento de placer y euforia, pero es efímera, se va en cuanto pasa el momento y les deja vacíos deseando otra cosa.
Con este caleidoscopio, de niña no habría necesitado más en ese momento, pues para mí este objeto tenía todo lo que yo deseaba, sueños, luz, ilusiones, imaginación, alegría…. Y cada vez de una manera diferente.
Entonces no comprendía a qué se debía ese deseo que tenía desde chica, de obtener algo que no parecía que fuera tan especial. Sólo sabía que me gustaba mucho y que me hacía sentir muy bien mientras miraba a través de él.
Ahora que lo miro, me doy cuenta del motivo…y era porque cada vez que miraba a través del caleidoscopio me remontaba al tesoro que tenía de pequeña, a esos pequeños cristales que tanto significaron para mí en ese momento y que de esa forma podría tenerlo cuando quisiera a mi alcance.

Ahora, mientras escribo escuchando la música del blog, pienso en esto y miro hacia dentro, a mi caleidoscopio interior, y no dejo de alegrarme por haber conseguido algo que siempre deseé…seguir soñando, seguir siendo esa niña que en su momento fui, con esa ilusión que me daba un simple tesoro de papel y cristal.
Nunca deberíamos dejar de mirar a través de un caleidoscopio, nunca deberíamos dejar de ver al niño que fuimos y que nunca dejamos de ser. Pues este niño es quien nos hace ser diferentes, sin dobleces y más sencillos, que nos ayuda a valorar lo que merece la pena, que nos hace soñar con cosas especiales y maravillosas.
Ojalá miráramos más a menudo a través de un caleidoscopio, y no abandonaríamos a ese niño que siempre está con nosotros. Sonreiríamos más y la vida sería más sencilla, como la de un niño donde no hay nada imposible, todo es ilusión y entusiasmo.

Ahora, también, mientras miro a través de él, es como si volviera por unos instantes a ver a ese pasado lleno de ilusiones y, a su vez, que se parara el tiempo, olvidando todo lo que a uno le rodea, centrándose en ese momento y dejando tanto horror, tanta tristeza y destrucción como hay cada día en este mundo, para dar paso a un mundo de luz y color, más de los niños y menos de los mayores, un mundo más sencillo, más de todos,…
Un mundo mejor…ojalá pudiera ser…

uxue